Cuando la ignominia nos arrancó de cuajo a nuestro papá Enrique, a nuestro abuelo, a tu papá querido, tu estuviste ahí: en el desconcertante trajín de los días, en la cantinita tibia y olorosa, en la carretera y en el tocador………. Acicalándole la cara al mal tiempo. Así como eras, así como siempre fuiste para ti, para esta nación que amaste siempre, así como siempre fuiste para nosotros, tu familia: incondicional y presumida, elegante y afanosa. Cuando de la mañana a la noche, de un brutal garrotazo tus tres hermanas eran tres cuerpos quebrados de la vida, tres cuerpos yertos, tres cuerpos mudos, en tus propias narices tú, oh tú, tú fuiste la que se aseguró de que no fueran tres pasados nunca. Tú fuiste la que gritó “asesinos” a los cuatro vientos y oídos del día, regalándole a esta República Dominicana, a este país tan tuyo secuestrado por el miedo, tu desobediencia a gritos como única posibilidad, tu indignación en carne como próximo paso. Tú fuiste, mamá, tú fuiste aquella vez la más valiente, la más desesperada, la única “loca” en un país enfermo de exceso de cordura. O muerto de miedo. Tú fuiste, mamá, con ese “asesinos, asesinos” “ustedes las mataron”, tú fuiste la que cortó la trenza que mantenía una nación completa atada a su propia cobardía. Tú fuiste la que trepada en la cama de esa camioneta que llevaba a tus hermanas rotas al cementerio, fuiste la que destrenzó para siempre y de raíz la historia…